Las TIC y los nuevos paradigmas educativos: la
transformación de la escuela en una sociedad que se transforma.
EL RETO
Las tecnologías de la
información y de la comunicación (TIC) son la palanca principal de
transformaciones sin precedentes en el mundo contemporáneo.
En efecto, ninguna otra
tecnología originó tan grandes mutaciones en la sociedad, en la cultura y en la
economía. La humanidad viene alterando significativamente los modos de
comunicar, de entretener, de trabajar, de negociar, de gobernar y de
socializar, sobre la base de la difusión y uso de las TIC a escala global. Es
universalmente reconocido también que las TIC son responsables de aumentos en
productividad, anteriormente inimaginables, en los más variados sectores de la
actividad empresarial, y de manera destacada en las economías del conocimiento
y de la innovación. Respecto a los comportamientos personales, las nuevas
tecnologías vienen revolucionando además las percepciones del tiempo y del
espacio; a su vez, Internet se revela intensamente social, desencadenando ondas
de choque en el modo como las personas interactúan entre sí a una escala
planetaria.
Según Carlota Pérez
(2002), la humanidad se encuentra actualmente en el “punto de viraje” de una
transformación tecnológica sin precedentes. Al período de instalación de las
TIC que tuvo lugar en los últimos treinta años –con su cortejo de “destrucción
creativa” y de generalización de un nuevo paradigma social, la sociedad de la
información y del conocimiento, puede seguir un tiempo de implementación y de
florecimiento del pleno potencial del nuevo paradigma triunfante. En el
análisis de la investigadora, el período intermedio en que nos encontramos, el
“viraje”, estaría marcado por inestabilidad, incertidumbre, fin de “burbujas
especulativas” y recomposición institucional.
Si se confirma esta
interpretación, nuestras “vetustas” instituciones, como la escuela, las
universidades, los gobiernos y las propias empresas, estarían actualmente
sujetas a la presión de los desafíos inaplazables de ajuste estructural y de
reforma profunda.
Pero si el conocimiento
es el motor de las nuevas economías, su combustible es el aprendizaje.
Por eso, el aprendizaje
a lo largo de la vida surge como el mayor reto formativo presentado a las
personas y a las organizaciones en el nuevo siglo.
La apuesta en las
personas, en la capacidad de gestionarlas y motivarlas, establecerá la
diferencia entre naciones, entre
economías y entre instituciones educativas.
En una propuesta simple
y directa entendemos que el reto de fondo catapultado por las TIC en la
educación se puede sintetizar en una triple transformación de paradigma:
-
De “educación como industria” en
“educación como servicio (de proximidad)”
-
De “escuelas que enseñan” en
“escuelas que aprenden”.
-
De “asociacionismo” en
“constructivismo” de los aprendizajes.
PARADIGMA N.º 1: LA EDUCACIÓN COMO SERVICIO (DE
PROXIMIDAD)
Aprendimos, en una larga y
fascinante convivencia de trabajo de campo con el autor de la Pedagogía del
oprimido y de la Pedagogía de la esperanza del maestro Paulo Freire, que la
educación es un servicio de proximidad y que solo las comunidades disponen de
la energía interior necesaria para resolver problemas densos de humanidad
En este verdadero teorema
de la vida, los educandos, sean jóvenes, adultos o “seniores”, son siempre el
principal recurso del proceso formativo. Ellos no pueden ser considerados meros
y pasivos “consumidores” de productos educativos generosamente prodigados por
los guardianes formales de los bienes de la educación.
La “educación
dialógica”, magistralmente concebida por Freire, se centra en la persona y en
su relación dialogal con la comunidad, para ahí “descubrir” la materia primera
sobre la cual se estructura el viaje del aprendizaje de cada uno. La “pedagogía
crítica”, de este modo fundado, convoca personalmente para la tarea de la
lectura de la historia y del compromiso personal en su construcción.
Por eso mismo, la
educación como servicio presupone una radical alteración del modelo dominante
en nuestra modernidad educativa, el cual permanece prisionero de un paradigma
de “educación como industria”.
Se trata de decretar el
término definitivo de la “fábrica de educación”, tentación tecnocrática que
sobrepone la eficiencia de los medios a la nobleza de los fines y que siempre
acecha cuando la gestión burocrática de la educación se encuentra en lucha con
los enormes retos de la cantidad.
Esa visión reductora, quizá
deshumanizadora de la educación y de la sociedad– propende a equiparar el
emprendimiento educacional a una pieza de relojería, una especie de mecanismo,
cuyo funcionamiento exigiría tan solo para controlarlo un iluminado deus ex
máchina.
Cuando se acepta
descender del pedestal y sumergirse en la realidad micro, donde todo finalmente
se decide, es fácil comprender que el servicio público de educación no tiene
que ser un servicio uniforme de escolarización, que las soluciones enérgicas
son desburocratizadas, que la pluralidad de respuestas locales es la única
garantía de respeto por la dignidad humana y que la persona, cada persona, es el auténtico sujeto de su destino.
PARADIGMA N.º 2: ESCUELAS QUE APRENDEN
En abril de 1996, al
cabo de tres años de complejas reuniones, la Comisión Internacional para la
Educación en el Siglo xxi, dirigida por Jacques Delors e integrada por 14
comisarios oriundos de las más diversas matrices filosóficas y culturales,
presentó en la sede de la UNESCO, París, su propuesta final.
El libro se intitularía
Educación: un tesoro a descubrir, designación feliz e inspirada en la célebre
fábula de La Fontaine en que el labrador aconseja a los hijos:
“Guardaos (dijo el
labrador) de vender el patrimonio dejado por nuestros padres, veréis que
encierra un tesoro”.
Para viabilizar la plena
apropiación del tesoro, recuerdo que la Comisión propuso cuatro aprendizajes
para el futuro, verdaderos pilares de la escuela del siglo xxi: aprender a ser,
aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos.
Aprender a ser surge como una
prioridad intemporal, ya presente en el Informe Faure de 1972, que elige el
viaje interior de cada uno como el proceso de densificación espiritual y
vivencial que confiere significación a la vida y a la construcción de la
felicidad. Solo el camino de la búsqueda de la verdad a través del
descubrimiento continuado del ser estimula los aprendizajes transformacionales
que están en la base de la meta personal.
Aprender a conocer constituye un aprendizaje plenamente implantado en el área del progreso
científico y tecnológico. El principio apela a la necesidad urgente de
responder a la multiplicación de fuentes de información, a la diversidad en los
contenidos multimedia, a nuevos medios de saber en una sociedad en red, al
desdoblamiento de “comunidades de práctica de aprendizaje”.
Aprender a hacer da indicios del terreno
favorable al nexo entre conocimientos y aptitudes, aprendizajes y competencias,
saberes inertes y activos, conocimiento codificado y tácito, aprendizajes
generativos y adaptativos. Aprender haciendo y hacer aprendiendo encierra una
importante clave de solución para enfrentar la creciente incertidumbre del
mundo y la naturaleza mutante del trabajo.
Aprender a vivir juntos enuncia el reto extraordinario de redescubrir la relación significante, de
elevar los niveles de la cohesión social, de hacer viable el desarrollo
comunitario sobre cimientos sostenibles. En él se vierten los valores nucleares
de la vida cívica y de la construcción identidad en contexto de múltiple
participación y pertenencia.
El argumento que se
suele convocar para justificar la apuesta por la educación y por la formación
de las personas es hoy ampliamente consensual. Abarca las más diversas
dimensiones del devenir colectivo, desde la economía a la ciudadanía, de la cultura
a la democracia, de la sostenibilidad ambiental a la innovación tecnológica, de
la cohesión social a la afirmación geoestratégica en el mundo.
PARADIGMA N.º 3: LA CONSTRUCCIÓN DE LOS
APRENDIZAJES
El legado de dos siglos de
modernidad educativa es, infelizmente, equivalente a exclusión de personas y a
fragmentación del conocimiento. La escuela genuinamente inclusiva, a pesar de
todos los enérgicos pronunciamientos a su favor, es aún un espejismo distante.
La posmodernidad
educativa presupone, como tal, nuevos modos de conocer y de participar en la
aventura del conocimiento, una especie de segunda Ilustración, susceptible de
superar las insuficiencias del pensamiento del Siglo de las Luces.
¡Conocer por
participación y no solamente por control!
Este es un concepto
nuclear que es objeto de reflexión constante en el seno de los movimientos de
raíz epistemológica que buscan los fundamentos de una segunda Ilustración. La
primera Ilustración era tributaria de la era de la razón; fácilmente
reconocemos ahora que la ciencia y la tecnología, por sí solas, no nos bastan,
a pesar de que la racionalidad nos haya legado incuestionables beneficios. La
inteligencia emocional, las competencias sociales y el nuevo orden de los
afectos están hoy en alza.
La primera Ilustración
trajo la democracia, la libertad, la razón, como antídotos contra el
autoritarismo y el despotismo ilustrado. ¿La era del post racionalismo se
asentará, pues, en qué? ¿Qué datos nuevos nos ofrecen las TIC, Internet o la
contemporánea Web 2.0?
¿Cómo podemos hoy ser
más participativos que la generación anterior en la producción y en la difusión
del conocimiento? ¿Cómo podremos estar éticamente más implicados en un mundo al
que pertenecemos, que queremos comprender y, seguramente, transformar, pero no
como si estuviéramos fuera de él, sin ninguna relación moral o ética de
compromiso con aquello que pretendemos observar y prometeicamente alterar por
vía científica o tecnológica?